lunes, 5 de julio de 2010

de Pseudópodo

Un blog inhomogéneo y anisótropo
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Antología de bodrios (XX): El rancio Verdú
2 / Julio / 2010 por pseudópodo
La semana pasada estaba fuera de España, sin conexión a internet, y el único periódico español que se encontraba en los quioscos era El País. Así que un día lo compré. Hace bastantes años ya que no leo El Periódico Global en Español (cuando dejé de leerlo era todavía el Diario Independiente de la Mañana) y no esperaba gran cosa, pero aún así me sorprendió lo tontos que eran sus artículos de opinión. Sobre todo dos: uno de un catedrático de Teoría de los Lenguajes y otro del renombrado Vicente Verdú, un columnista clásico de la casa.



No comentaré el artículo del catedrático (que quiere que se resuelvan los conflictos lingüísticos en España por el muy práctico expediente de que todos aprendamos todas las lenguas cooficiales), pero sí el de Verdú. Lo titula “El oficio de tirarse por la ventana” y empieza así:

Hace ya años, años antes de la crisis, un joven y reconocido periodista ilicitano, Gerardo Irles, me confesó que había decidido dejar de escribir libros, fueran estos novelas o ensayos. Tenía la suficiente experiencia como para atreverse a diagnosticar que en este sector no quedaba ya lugar alguno para la clase media. De un lado se situaban la opulencia de unos cuantos autores y libros best sellers y, de otro, solo la miseria.

Efectivamente, lo juzgué un derrotista, pero el tiempo, año tras año, ha venido a convertir su argumento en la carta magna [sic] de la edición. No hay lugar para la clase media. O vendes cientos de miles de ejemplares y, en consecuencia, existes para los suplementos, las entrevistas, los anuncios o se pertenece a una suerte de grey ingenua (grey gris) que escribe esforzadamente para obtener unas migajas de recompensa o, incluso, unos cuantos kilos de hambre.

O sea, que Verdú y un amigo de su pueblo consideran que la única razón por la que merece la pena escribir es ganar dinero. La verdad es que yo no lamentaría lo más mínimo que abandonaran la escritura semejantes ganapanes. Así practicarían aquella nueva obra de misericordia que introdujo Ortega: evitarle al mundo libros superfluos.

Precisamente el domingo decía José Luis Sampedro, en una entrevista en El Mundo, algo bastante diferente:

No he escrito ningún libro por una razón comercial, sino por necesidad de escribir una historia que se me hinchaba en la cabeza como un tumor, y entonces me hacía una raja y salían unos papeles y se los mandaba al editor.

No soy admirador de Sampedro, aunque lo fui hace muchos años, pero tiene razón: ningún auténtico escritor escribe por dinero sino por una necesidad interior (y aún así sus libros puede que sigan siendo superfluos).

Verdú prosigue añorando aquellos buenos tiempos del franquismo, cuando, si no se ganaba dinero, al menos uno, por el hecho de escribir, se convertía en un luchador por la democracia, y en objeto de culto para un “apreciado grupo de lectores que se comportaban como una tribu sagrada [sic]” .

Quizá podemos perdonar a Verdú estas batallitas de abuelo socialdemócrata. Hoy, que le vamos a hacer, lo tiene más difícil para ligar. Lo que no tiene disculpa es el análisis que sigue sobre la situación del mundo editorial. Se editan 70.000 títulos al año en España, dice, “pero los anticipos son ridículos y las tiradas exiguas”, y lo que se busca es que alguno de ellos se convierta en best seller y sirva así para salvar el balance de la empresa (se entiende que eso de salvar el balance de la empresa es algo malo). Los demás títulos “desaparecen de las librerías en unas semanas y son destruidas urgentemente como las vacas locas. Ciertamente, se trata de autores locos, cada vez más locos. Tipos que deliran soñando una comunicación masiva que es solo un privilegio de muy pocos. Cada vez menos y cada vez con menor duración.” Verdú vaticina que esta situación supondrá el fin de la escritura: “¿Conclusión? La conclusión es la conclusión de esta labor”.

Todo este lloriqueo es imperdonable en alguien como Verdú, que pasa por ser un gurú de las tendencias y sobre eso escribe un día sí y otro también columnas y libros. Pero hombre de Dios, ¿no ha oído hablar de internet? ¿No sabe que hay miles de blogs en los que gente de todo tipo escribe por amor al arte, y a veces con más inteligencia y mejor estilo que los de los artículos de opinión del El País?

“Todo artista necesita tanto la comunicación como la respiración”, dice Verdú. Cierto. Pero sigue, en la frase que cierra el artículo: “Dentro pues de esta creciente asfixia de la escritura, de los editores, de las librerías, de los libros, de los lectores, ¿cómo no elegir entre tirarse hacia el oxígeno de la ventana o decir ya adiós a este hermoso y jadeante oficio?”

¿Dónde está la asfixia, Verdú? Sólo en su rancio mundo de rotativas y nostalgias del franquismo. Yo respiro mejor que nunca, ahora que no necesito pertenecer a la cuadra de PRISA ni a ninguna otra para opinar, para crear, para compartir pensamientos e ideas, sin más recompensa que obedecer a mi necesidad interior y encontrar la complicidad (que no el culto) de otros lectores, ahí mismo, abajo, en los comentarios.

Abra la ventana y no se tire, hombre: asómese a la web.

* * *

NOTA 1: Lo más curioso de todo es que al escribir este post he descubierto quer Verdú tiene un blog, alojado en el Boomeran(g), junto con los de otros escritores de PRISA. Un producto curioso, estos pseudoblogs de escritores profesionales que nunca participan en los comentarios. Para comentar otro día…

NOTA 2: Otro tema sería ese de que no hay lugar para la clase media en el mundo literario. No tiene por qué haber clase media aquí, y probablemente nunca la ha habido. Lo esperable es que la distribución de ventas obedezca a una ley de potencias. Y precisamente internet permite vivir en la “larga cola” de la distribución, lo que antes era imposible. Así que Verdú, además de rancio, está sociológicamente equivocado Pero eso nos llevaría por otros derroteros.

Etiquetas: bodrios, rancios, Vicente Verdú

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