lunes, 15 de agosto de 2011

Montero

Despedida
Luis García Montero
29 ago 2010


El agua no sabe de escrituras. Eso dicen en Rota cuando los temporales se llevan una casa. El mar salta por encima de las rocas y acaba con las paredes que retaron de forma imprudente a la ley de las tormentas y las mareas. Lo que no se atreven a solucionar las ordenanzas municipales, lo arreglan las crecidas de los ríos y la ira del mar. Tampoco entiende de escrituras el tiempo. Pasa sin dejar que nos bañemos dos veces en la misma ola.

Cuando agosto nos ofrece una hamaca, cuando disfrutamos en la piel una sensación de plenitud soleada que nos une a la tierra, y las noches crecen como interminables enredaderas con olor a jazmín y amistad, y llegan a nuestros ojos, con la puntualidad de un tren perfecto, las páginas de los libros y los desnudos de las sábanas, caemos en la tentación de considerar que el tiempo es una propiedad privada. Pero el tiempo, enamorado de sí mismo, va de mostrador en mostrador, sin casarse con nadie.

La marea del tiempo se lleva agosto y nos deja a las puertas de un otoño duro. Parece que el invierno será duro también, como la primavera, en la que brotarán flores de un color indeciso. Pero no estoy dispuesto a volver a la ciudad con ojeras.

Me gustaría que mi despedida en el número final de este suplemento libre y veraniego sirviese para decirles que en cualquier frío hay siempre un calor hecho a nuestra medida. Lo indispensable es que estemos en nuestro lugar cuando venga a buscarnos. Seguro que en cualquier esquina nos espera un sol de invierno dispuesto a mantener el color de las palabras y la conciencia. No hace falta un bronceado espectacular, basta con la piel del aire limpio. Considerando los malos tiempos que corren, la palidez del pesimismo es un lujo que no nos podemos permitir. Algo traerá la marea, o el temporal.

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